Hace cinco días que se estrenó “El Conde” en Netflix, una de las cintas más esperadas en la plataforma streaming. Y es que presentar como personaje cinematográfico al dictador Augusto Pinochet, es un proyecto que acoge diversos desafíos, desde lo sensible y doloroso que causa su figura, y la controversia de mitificar al último genocida de nuestra historia reciente.

“El Conde”:¿en Chile mueren los vampiros?

La idea de personificar Augusto Pinochet como un vampiro, expresa de forma literal su rol en la Historia. Muerte, sadismo, poder e impunidad, completan la inmortalidad de su legado. Esto se mezcla con la ficción de ver a su protagonista volando sobre distintos rincones de Chile, de los cuales sus habitantes, son víctimas de sus macabros planes: sin ningún testigo y sin justicia.

El largometraje dirigido por el cineasta Pablo Larraín presenta un montaje con una excelente fotografía, estética y un elenco que reúne destacados artistas nacionales. Asimismo, el guion no queda atrás, sus diálogos complementan de forma directa su sátira y la naturaleza de sus personajes: sujetos vacíos, hambrientos de poder y corrompidos por una ambición sin límites en un lugar “insignicante de América del Sur”.

Galardonada con el premio a “Mejor Guion” por el Festival de Venencia, la cinta no solo muestra representaciones irónicas llenas de metáfora de la familia Pinochet Hiriart, si no que presenta casos reales de corrupción como lo es “El Caso Riggs”. Una investigación judicial que revela paraísos fiscales, evasión de impuestos, creación de empresas falsas, entre otras ilegalidades y fraudes al Estado de Chile.

De ese modo, la película trasciende no solo en su estreno, si no que este año se cumplen 50 años del Golpe de Estado Cívico-Militar, un hecho que perdura en una Constitución vigente, la cual es ilegítima desde su génesis y que aún el país intenta cambiar. A partir de lo real, se desprende el simbolismo de la película.

Pese a que existen críticas duras y negativas del largometraje, la cinta no resulta indiferente porque desde la ficción plantea una crítica al negacionismo y la impunidad que representa la figura del vampiro (dictador) que aún no muere.