Hacia el final de la década de 1970, la reina Isabel (Olivia Colman) y su familia se empiezan a preocupar por la línea de sucesión. Para ello deberán encontrar a una novia apropiada para el príncipe Carlos (Josh O’Connor), que sigue soltero a los 30 años, momento en el que surgirá una tímida Diana Spencer (Emma Corrin). Mientras la nación comienza a sentir el impacto de las políticas de la primera ministra Margaret Thatcher (Gillian Anderson), la primera mujer en ocupar este puesto.

Llega un punto en "The Crown" en que, cuando se acerca el periodo más reconocible para el público contemporáneo, parece aflorar lo más oscuro de sus protagonistas. No es que antes no existieran conflictos y desafíos de una vida en la realeza lo suficientemente atractivos para narrar, sino que se percibe un evidente cambio de foco desde los hitos históricos que forjaron a la reina hacia los escándalos aún más mediáticos que los ya visitados por la serie previamente, y que no necesariamente tienen que ver con la administración del país.

Es una temporada que tiene tres pilares fundamentales -si es que no cuatro, con Margaret-, erigidos sobre todo en figuras femeninas que tienden a mover los hilos de la acción desde la angustia y la incertidumbre.

Surgen entonces autocuestionamientos de parte de la Reina Isabel, no sólo en materia de poder y vida pública, sino que también al hacer una exploración introspectiva dentro de su propia familia; algo que va a la par con el hecho de que se va haciendo más y más fría para tomar las decisiones que demanda su rol como responsable del bienestar de una nación. Entonces, se da cuenta de que definitivamente descuidó a su parentela al punto de que, a pesar de tener todo a su disposición, sus miembros han resultado tan dañados, que bien pueden reflejar a cualquier núcleo primordial alrededor del mundo.

Mientras ella se vuelve más vieja y a pesar de ganar toda la experiencia que tiene, sus parientes se han convertido en deformaciones psicológicas del ser, cuando estrictos protocolos o decisiones tomadas en base al "qué dirán" terminan impactando el pleno desarrollo de sus existencias. El resultado: una familia quebrada por egoísmos, soberbia, opulencia, necesidad de atención, secretos y, definitivamente, el ego avasallador de sus integrantes.

Ante ese páramo de devastación del círculo íntimo de la Reina es que aparece una segunda figura femenina que llega para remecer el poder: Margaret Tatcher, como una primera ministra cargada de prejuicios, con un ideario machista, cuadrado y que busca tener una avasalladora presencia en el despunte de nuevas políticas públicas.

La mujer es tan agresiva en sus decisiones que incluso pone en peligro su propio capital político frente a los pares de su partido. Despojada de sus emociones -no así de sus labores domésticas que asume como propias-, busca hacer todo lo posible por cambiar la realidad del país de un modo que causa estragos económicos y aún más descontento entre la población, algo que aquí se cristaliza en Michael Fagan, el plebeyo que llegó a tener un desesperado encuentro íntimo con la reina en sus aposentos.

La Tatcher de "The Crown" superpone ideas que quieren potenciar el individualismo y la ilusión de la meritocracia, en desmedro del crecimiento como comunidad y el apoyo mutuo entre ciudadanos. Cualquier movimiento colectivo debe ser aplacado. Quiere a la economía más que a las personas, no se queda corta en racismo y discriminación, y los guionistas tuvieron el ingenio suficiente para introducir un paralelo entre ella y las formas políticas que actualmente instigaron el desprecio por Donald Trump, con una versión de su reconocido slogan, aquí medianamente transformado en: "hacer a Gran Bretaña grande de nuevo" en medio de uno de sus discursos.

Hay una alerta aquí. Quizás se deja un poco de lado la política y los sucesos históricos por darle prioridad a lo que -ahora sabemos- nunca fue un cuento de hadas. Con ello entramos a la tercera columna que sostiene una ya gran temporada en base a lo anteriormente descrito. Ese tercer pilar es Diana Spencer y su terrible incorporación a la familia real.

 

La historia es despiadada con ella, mientras se ve sometida a órdenes ajenas a su naturaleza, traiciones que alteran su psicología y un cambio radical a la hora de establecer vínculos sociales.

Las advertencias antes de cada uno de los capítulos dedicados a Lady Di no son gratuitas, más allá de mostrar sus desórdenes alimentarios, exponen la tortuosa relación que llevaba con Carlos, cuestionamientos sobre su realidad, el paso de la felicidad a la pena, de la vitalidad a la autodestrucción. Y, claro, al espectador lo deja cercado ante la interrogante: ¿Por qué siguió ahí?

Sin duda, los capítulos centrados en la Princesa Diana de Gales son los más tristes en lo que va de la serie. Tremendamente dolorosos.

Sin desmerecer al resto del elenco en que bien destacan Tobías Menzies como el Príncipe Felipe, Josh O’Connor como el Príncipe Carlos y Helena Boham Carter como la Princesa Margaret; Olivia Colman, Gillian Anderson y Emma Corrin son las fuerzas tormentosas que comandan una brillante tanda de episodios en la que se habla de seres humanos, emociones y ambiciones.

Sus transformaciones son realmente impresionantes, desde actuaciones con gestos y voces minuciosamente logrados, pasando por el maquillaje y hasta el vestuario. El conjunto en cada una rompe con cualquier atisbo de cuestionamiento, para salir airosas antes del recambio de elenco en la serie.

La cuarta temporada de "The Crown" cierra una etapa en lo alto, con logros ambiciosos alcanzados sin traspiés y un ejercicio dramático que la alza entre lo mejor que tiene Netflix hasta este momento en su catálogo original.