Colo Colo navega quizás por la peor crisis deportiva de su historia. Hundido en el último lugar de la tabla de posiciones, el equipo albo parece no encontrar respuestas ante la posibilidad cierta de sufrir su primer descenso en 87 años de profesionalismo.

Y parte de las razones están en un camarín que no tiene la cohesión necesaria para la coyuntura. El liderazgo de Esteban Paredes cada vez está más comprometido y los esfuerzos aislados no bastan para torcer el curso de la campaña.

El caso del goleador histórico es paradigmático. Las restricciones sanitarias han comprometido la convivencia del equipo y las lesiones mantienen distante al capitán de su tropa, una señal que ya se advertía antes de la pandemia.

El lesionado Paredes sigue yendo al Monumental, pero sólo se le ve en el gimnasio y la oficina médica. No forma parte de grupos desde que se fueron Esteban Pavez y Claudio Baeza y mira desde lejos las claras divisiones al interior del equipo.

La partida de Oreja y Serrucho fueron dejando a Paredes sin interlocutores. Hoy se ve cercano especialmente con Óscar Opazo y su gran amigo, el kinesiólogo Wilson Ferrada, pero la mano de El Tanque ya no es la de antes.

“No es que haya mala onda, pero se ha perdido la mística”, aseguran en el estadio Monumental. Y es que así como se extraña la presencia de los líderes en las ruedas de prensa, tampoco aparecen en la interna.

La existencia de grupos bien marcados se ha hecho cada vez más consistente. Están los argentinos, los religiosos y aquéllos con pasado en Palestino; una señal que comenzó a advertirse desde el ciclo de Mario Salas.

El Comandante restringió las actividades en conjunto y hasta las empanadas. El asado convocado a principios de mes por el presidente de Blanco y Negro, Aníbal Mosa, no pudo cambiar la norma de los últimos meses.

Por un lado está el grupo -cada vez más reducido- que antes lideraban Agustín Orión y Jorge Valdivia. Con Matías Zaldivia lesionado (uno de los que estaba cerca de Paredes), Juan Manuel Insaurralde y Carlos Carmona son los únicos vestigios del bloque duro del camarín albo.

Caso especial es el de Julio Barroso, quien hoy sólo se vincula con sus compañeros de culto -Matías Fernández, Ronald de La Fuente y algunos más jóvenes- y perdió ascendencia sobre el resto del conjunto.

El grueso está agrupado detrás de quienes compartieron vestuario en Palestino. Brayan Véjar, Felipe Campos y Darío Melo están a la cabeza. Se les acercan Marcos Bolados y Brayan Cortés, pero sin gran sintonía.

Por último están los argentinos Nicolás Blandi y Pablo Mouche. A este último le achacan una personalidad más discordante y la celebración aislada de su gol ante Audax Italiano. La mayoría fue a abrazar al ideólogo, Javier Parraguez.

No es sencillo generar grupo a partir de la cantidad de lesionados. Las exigencias sanitarias impiden que haya instancias de conjunto y hay varios que ni se ven las caras. Los jugadores sólo se reúnen al momento de entrenar, más allá de los pocos que llegan juntos al Monumental.

De esta manera, la labor del nuevo técnico Gustavo Quinteros ha sido especialmente compleja a la hora de recomponer trizaduras, a la que poco ha colaborado la dirigencia: hoy Mosa, Harold Mayne-Nicholls y Marcelo Espina son figuras separadas del plantel.

Así vive Colo Colo sus tiempos de colista, encomendándose a un espíritu colectivo extraviado en momentos donde lo que más se exige es cohesión. Un desafío marcado con rojo de cara a una semana crucial en la que se enfrentará dos partidos claves por la permanencia.

Colo Colo visitará a Huachipato el próximo sábado en Talcahuano y tres días más tarde se jugará una final ante Deportes La Serena en un Monumental donde, con siete derrotas en 11 partidos, cada vez se siente menos la localía.