Nunca estuvo en nuestros planes, queríamos salvarnos antes del descenso. Nunca quisimos jugar ese partido, pero fue maravilloso. Por algo se dan las cosas, Dios lo quiso así. Fue maravilloso lo que vivimos desde el día en que supimos que íbamos a jugar ese partido con Universidad de Concepción.

Fue maravilloso lo de nuestra hinchada y nuestra gente, desde que salimos del entrenamiento en el estadio al hotel en Talca. Nos demoramos cinco horas en un trayecto de tres. Había mucha gente de Colo Colo en las pasarelas y aunque no era un partido muy lindo, sabía que íbamos a quedar en la historia.

Antes de que empezara el partido, pensaba más en los hinchas que en mi familia, porque sufrían más en el sentido de lo que nos estábamos jugando. Ese día no quise hablar mucho con mi familia y me respetaron. Vi a mi hija y me concentré: música, estar tranquilo.

Sentía una presión muy grande. Sabía que el pueblo colocolino es de mucho esfuerzo, mucha gente que trabaja de lunes a sábado para ver ganar a Colo Colo el domingo, casi el 70 por ciento del país sufriendo pegado a la tele, con todo el nervio que teníamos nosotros.

Después se olvidó todo con el pitazo inicial... pensaba sólo en hacer una jugada, un buen centro, un buen pase. Hasta que salió la asistencia para el gol de Pablo Solari, nos pudimos soltar un poco y hacer nuestro juego.

Vino el final del partido, yo sólo quería que se acabara de una vez. Cuando sonó el pitazo fue una alegría tremenda. Lloré porque fueron muchos los sentimientos encontrados en tan poco tiempo.

 

 

En tan pocos meses jugué clásicos y peleé el descenso. En tan poco tiempo y agradecido por el cariño, por todo el cariño que me demuestra hasta hoy la gente de Colo Colo, el apoyo incondicional, la gente de pueblo...

Es algo inmenso darles esa alegría después de un partido tan ingrato y ojalá que sigan apoyando al equipo en cualquier circunstancia, que creo que quedó demostrado en ese momento.