A siete años de un evento climático apocalíptico que azotó la Tierra por culpa de los humanos, los sobrevivientes conviven a bordo de un tren de 1.001 vagones de largo que da vueltas al mundo sin parar, alojando a los más ricos en los primeros vagones y a los más pobres en los últimos. "Snowpiercer" muestra lo que sucede cuando los más oprimidos deciden rebelarse y luchar.

 

No, no estamos hablando del estallido social, aunque sea peligrosamente similar. Pero la premisa tiene todo que ver con eso; toda vez que los sobrevivientes en el tren han replicado las estructuras sociales de abuso de poder, desigualdad y precariedad, que conocían de antes.

La insurrección es inminente y, por lo mismo, es inevitable ver el reflejo de lo que ocurre en la realidad actual del mundo. Vemos El Hoyo, vemos ahora Snowpiercer… Pareciera ser que Netflix se está esmerando en inocular ideas insurrectas con sus estrenos, mientras el arte busca nuevos contextos para echar a pelear los discursos. Punto a favor.

Evidentemente, todo sería mejor si se anclaran al potente escenario político que tienen entre manos, y lo hacen hasta cierto punto, pero la serie sacrifica la complejidad de sus implicancias introduciendo situaciones que buscan aliviar la crudeza de las mismas, en orden de suavizar sus postulados y abrirse más hacia el espectáculo sin compromiso antes que al comentario social. Con ello purgan lo más potente de esta historia creada por Jacques Lob y Jean-Marc Rochette, en la Francia de 1982, pero que sigue dialogando con la actualidad.

Entonces, la nueva adaptación de la obra se deslegitima ante el material original y lo que ya dirigió el mismo Bong Joon Ho -ahora solo productor ejecutivo- en 2013, que seguía de manera más fiel los postulados de la novela gráfica.

Los 10 episodios, en su forma y fondo, no terminan de justificar su existencia, porque de lo novedoso que proponen poco es realmente atractivo. Vale rescatar algunas escenas de acción y la vertiente que podría servir para una próxima temporada, lo demás es un desempeño promedio que no termina de aburrir pero tampoco te provoca la adicción para completar la maratón.

Eso sí, Jennifer Conelly brilla en su propia contención. Siendo prácticamente la que comanda el tren literalmente y también a nivel narrativo. Este acierto absoluto en el casting tiene un encanto perverso, entre su oscuridad y el "ser la cara visible" del régimen autoritario que controla la estructura social de la ficción. Así como demuestra tener fe en el modelo, es escalofriante la manera en que se cuelga del argumento sobre el equilibrio y el orden del sistema, ergo la mantención del status quo, para ejercer el miedo y mantener el control.

Con "Snowpiercer" tenían un escenario que por razones de formato deformaron con intrigas poco atractivas, con un misterio débil y de rápida resolución -a pesar de que estos aspectos muevan pequeños engranajes dentro de la maquinaria- y con una historia que pierde su fuerza por la extensión del relato, a propósito de que su foco da un giro hacia lo menos interesante en su abanico de posibilidades. Subirse a esta serie es correr el riesgo de quedar en la cola de "Snowpiercer", de 1001 vagones de largo.