La escritora trans, parte de la delegación chilena en FIL Buenos Aires, observa que su comunidad se mueve en un mundo que avanza y retrocede. “Este camino para mí fue algo maravilloso y la escritura fue mi gran compañera”, admite la escritora Ariel Florencia Richards.

Su tercer libro, Inacabada, y el primero que escribe como mujer, logró instalar la narrativa a través del relato de Juana, una joven que busca recomponer la relación con su madre a partir de su propio renacer. Un trabajo que vino a ampliar la temática cultural y literaria sobre la realidad transgénero.

“La producción cultural, como la literatura, las artes visuales o las películas han ampliado el registro de lo que entendemos por ‘género’. Aquí la literatura entró con fuerza, aunque no ha sido el único; también lo ha hecho el cine, las artes visuales, etc.”, afirma la escritora y diseñadora de la Universidad Católica de Chile, magíster en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York, y parte de la delegación de autores y autoras chilenas en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2023.

¿A qué atribuye que Inacabada haya conseguido tanto revuelo en los medios?
Teníamos una deuda como sociedad y la novela ha sido una muy buena plataforma para ampliar diálogos y tener conversaciones importantes, algo que se ha amplificado a través de los medios de comunicación. Quizá hoy estamos más preparados para enfrentar este tipo de conversaciones, a hacernos más preguntas y dejar atrás ciertas ideas. Pero no hay que engañarse: mientras ganamos representatividad, y se aceleran los procesos de aceptación e integración en el resto de las esferas sociales, lo cierto es que esta realidad no cambia tan rápido…

Richards toma como ejemplo el caso de Una mujer fantástica, la película chilena dirigida por Sebastián Lelio, ganadora de un Óscar en 2017 a la mejor producción extranjera. Aquí Daniela Vega (la actriz transgénero que encarna a la protagonista), hizo un aporte tremendo cuando apareció en el escenario recibiendo la estatuilla y, luego, cuando fue recibida en el Palacio de Gobierno. A todos nos dio la impresión de que el tema estaba en gran parte resuelto, pero no es la experiencia que tienen en ciertos estratos sociales. No todas las personas transgénero están a salvo de la violencia y la discriminación; son procesos súper lentos…

Todo está precarizado por los cambios políticos a nivel global, por ejemplo, con el avance del fascismo y de los grupos ultraconservadores…
En la medida que las minorías existimos y vamos ganando en visibilidad y sumando conquistas, se fortalece la idea de que somos un peligro para la sociedad, particularmente desde un sector político que se siente amenazado por la existencia de las personas transgénero. Nuestros avances llevan aparejada su propia avalancha.

En el fondo, se mueven sobre un terreno extraordinariamente frágil.
Es un mundo que avanza y retrocede. En el escenario político latinoamericano, hemos conquistado territorios gracias a los avances del progresismo, pero luego el escenario cambia y vienen los retrocesos… Mi novela se llama Inacabada también por eso, porque son procesos que no tienen un final sino que están en constante movimiento.

Hace una pausa y reconoce: “Es muy frágil el espacio para las personas transgénero, lo que se suma a un proceso personal y afectivo que también es muy complejo. Entonces, si no tienes un lugar de contención familiar o afectivo, cuando más encima hay una parte de la sociedad que considera peligroso que las personas como yo existan, nuestra existencia se vuelve extremadamente vulnerable”.

¿Cómo fue su caso?
Yo pude hacer mi tránsito a los 37 años con muchas dificultades, pero hay niñas, niños y adolescentes que se enfrentan a enormes adversidades para expresarse, para levantarse contra lo que está sucediendo y encontrar su propio lugar. Quisiera que viviéramos en una sociedad más cariñosa con las individualidades.

¿Tuvo esto que ver con eso el que decidiera transitar como mujer a los 37 años?
Entre los grupos transgénero se suele decir que, si no decidiste dar el paso cuando eres adulto, te mueres… Llegas a un punto en que ya nada te hace sentido si no es rompiendo con esa estructura que te había cobijado durante tanto tiempo; es la única forma para dejar que aparezca tu verdadero ser. Mis 37 años fueron el momento del abismo. Tenía todo para ser feliz pero no era yo y tenía esta deuda pendiente desde siempre. Lo mío fue una decisión vital.

¿Entonces su libro ha sido terapéutico a nivel social?
Soy muy activa en Instagram y no hay semana en que no me escriba un papá o una mamá cuyo hijo o hija está empezando su tránsito y no sabe cómo acompañarlo; hay mucha soledad en ambos casos. Mi libro ha sido un aporte para generar nuevas discusiones, pero tenemos mucho que aprender para cambiar la narrativa para que el tránsito se convierta en un momento de celebración y no una tragedia. También porque es muy asimétrica la experiencia del tránsito: para las madres y padres suele ser una pérdida, en cambio para los hijos es un renacer. Es difícil contraponer esas dos fuerzas, pero podemos elegir qué ver, si lo luminoso o lo oscuro. Me quedo con la narrativa luminosa y así impulsar un cambio como sociedad.