En una ciudad de Colorado, en los años 70, un enmascarado secuestra a Finney Shaw, un chico tímido e inteligente de 13 años, y lo encierra en un sótano insonorizado donde de nada sirven sus gritos. Cuando un teléfono roto y sin conexión empieza a sonar, Finney descubre que a través de él puede oír las voces de las anteriores víctimas, las cuales están decididas a impedir que Finney acabe igual que ellas.

El Teléfono Negro es una película pequeña que se abre paso desde un rincón y a punta de una perturbadora premisa, para irrumpir en una cartelera más bien monótona y con pocas oportunidades para materiales originales o fuera de franquicias. En un buen momento, el director Scott Derrickson dejó de lado Doctor Strange en el Multiverso de la Locura, para levantar un estandarte de horror sólido, que sienta sus bases en un escenario comunitario conmocionado y violento de la raíz, sin apresurarse, con insinuaciones, aprovechándose de la semilla del morbo por la tragedia que reside en toda persona.

Su halo de frescura cinematográfica viene dictado desde lo inquietante de la naturaleza humana, una característica que llega para despojar de la inocencia a la infancia, buscando sumergirla en las obscenidades de la adultez. Una especie de coming of age que trasforma de golpe a su protagonista con una certera dosis sobre los peligros de la realidad, incluso a pesar de sus guiños más fantásticos y paranormales.

¿Cómo es The Black Phone?

La esencia de la película está en el gran esfuerzo puesto en cultivar una atmósfera ominosa, que no abusa de los jump-scares o de la sobre carga en su propuesta visual, sino que más bien mantiene en equilibrio estética y narrativa, alimentando una constante sensación de inseguridad tanto para el protagonista como para sus cercanos. Pura tensión.

Y es que la figura del adulto protector aquí parece estar ausente, retratada en la forma de un padre abusivo y alcohólico, una policía desconcertantemente despistada o un asesino en serie que incluso no es capaz de lidiar con sus propios monstruos entre juegos macabros e ineptitud. Esto, mientras la juventud debe lidiar con inclemencia de los códigos violentos para comunicarse; el postulado es: o eres el bully o eres el abusado. Puro desconcierto.

Así el escenario es perfecto en el desarrollo de la bestialidad para imponerse o simplemente terminar ridiculizado o bajo tierra.

La luz de esperanza está puesta en la amistad y la colaboración, cuando la marea de lo perverso busca arremeter con toda su fuerza.

A Ethan Hawke casi no se le ve la cara e igual logra transmitir el perfil inestable y amenazante de su villano, al aparecer ataviado con una máscara diseñada por el gran Tom Savini en conjunto con Jason Baker que, para el horror de quien observa, se va alterando conforme avanza la historia. Casi como una narrativa en sí misma sobre la psicología del personaje. A veces sonríe como disfrutando de la tortura del cautivo, a veces sólo muestra una mueca de tristeza/enojo evidenciando los sentimientos contradictorios que produce la maldad y en otras ocasiones pierde algunas de sus partes, sobre todo cuando el caos comienza a desmoronar el sombrío juego en el tablero. 

El elenco infantil también está impecable, pero lo de Madeleine McGraw es realmente sobresaliente. Gran parte del peso de la trama recae en ella, incluso sin ser la raptada y no sólo en lo dramático -arista en la que tiene una escena desgarradora- sino que también en los mínimos pero precisos tintes cómicos que rasguña la película. La pequeña tiene un don para darle voz a los insultos, añadiéndole chispa y algo de picante a sus intervenciones.

Con una atmósfera cruda despojada de artificios y sin ser tan explícita, El Teléfono Negro logra su objetivo principal: el de inquietar al espectador ante la posibilidad de que el habitante de una villa o suburbio cualquiera, quizás tu propio vecino, resulte ser un psicópata retorcido. Eso, en los tiempos de paranoia que corren, es aún más tenebroso que los contactos fantasmagóricos. Si más cineastas van a abandonar Marvel para hacer este tipo de películas, bienvenidos sean.