En Animales Fantásticos 3: Los Secretos de Dumbledore, el icónico profesor de Hogwarts está intentando detener al poderoso y oscuro mago Gellert Grindelwald, quien quiere apoderarse del mundo mágico. Sin embargo, no puede detenerlo solo por su cuenta, razón por la que convoca al magizoólogo Newt Scamander para dirigir un equipo de magos, brujas y un valiente panadero muggle en una misión peligrosa, en la que se enfrentarán a una legión cada vez más numerosa de seguidores del villano.
Hay una cosa que está clara a estas alturas en la historia: la figura del protagonista de la franquicia, Newt Scamander, ha sido relegada a un segundo plano y, en consecuencia, también las bestias mágicas, que ya poco interesan más allá del adorno, para que tomen una pequeña decisión o ayuden un poco a salir de un aprieto; siempre dentro en un panorama mucho más amplio en el que no son determinantes.
Si bien ambos elementos parecen mover la acción, al mostrarse en el frente de todo, no son los artífices principales del mecanismo que trabaja tras la maquinaria del Wizarding World de J.K. Rowling. Por eso, la película tiende a desviarse por caminos que no terminan de zanjar aspectos cruciales, sino que se dan el lujo de pasease por combates sin asestar los golpes. Claro, es embriagante porque es simpático de ver; el bailecito con los escorpiones tiene su gracia, pero no impacta en la columna vertebral del drama.
Y se habla de drama porque eso es lo que contiene esta tercera entrega, incluso en mayor medida que la misma magia. Lo que captura al espectador es el conflicto construido en torno a un amor que no se pudo consumar y que se disolvió en partes que ahora dan fruto al antagonismo más interesante de la saga, entre Albus Dumbledore y Gellert Grindelwald. Ahí está la carne de este hueso. El choque entre el bien y el mal, tras la condena de un romance prohibido. Pura tragedia ejecutada con piezas tan cruciales y pulidas como Jude Law y Mads Mikkelsen. Mientras uno se inclinó por la sabiduría, el conocimiento y el traspaso de este para construir un mundo mejor; el otro se atrincheró en el resentimiento, el anhelo de poder y la radicalización del odio.
Un estofado ardiente para que aquí se desenmascare la verdadera naturaleza de lo que quiere mostrar esta serie de películas: la gestación de un movimiento fascista y la lucha desesperada por aplacarlo.
Y si bien antes, en Los Crímenes de Grindelwald, se proclamaban discursos racistas y una sed de discriminación desvergonzada justificada con el fin de evitar actos violentos; en Los Secretos de Dumbledore ya no hay pie para metáforas y el asunto se decanta por todo lo explícito que puede ser. Las escenas en Berlín idolatrando a una figura que parece mesiánica al calor de una inminente guerra terminan de decirlo todo.
En ese escenario, no pudo haber un mejor reemplazo para Johnny Depp que Mads Mikkelsen, un hombre que sabe jugar al borde de lo perverso mientras despacha un discurso engatusador. Si el Grindelwald de Depp era un candidato presidencial de discurso disparatado y teatral en plan conquista del todo por el todo para ganar adeptos; el Grindelwald de Mikkelsen es el mismo candidato en segunda vuelta con discurso mesurado, frío y calculador para obtener exactamente lo que quiere de quienes no le profesan pleitesía, pero en la justa medida para no perder a los fanáticos ya subyugados. El danéssaca lo mejor que le quedó del manual de Hannibal y del villano de Bond, Le Chiffre, para darle su propio pulso a esta versión del mago oscuro.
Animales Fantásticos 3: ¿Cómo es Los Secretos de Dumbledore?
Más allá de eso, la trama avanza a paso seguro y sin correr riesgos. Corrige aspectos muy criticados de las anteriores, como el exceso de personajes y las múltiples líneas argumentales, al punto de que llegan a enumerar a las partes involucradas, como para decir “este es el juego, de aquí no nos movemos”; canalizando todo hacia el inminente enfrentamiento de los magos que “no pueden enfrentarse”. Y es que no hay mayores sorpresas, casi puedes recitar lo que va a pasar, sobre todo porque estamos en el mismísimo centro de una trama a la que le faltan dos películas más.
Hay que concederle que explica múltiples cosas y hasta busca subsanar los sabores amargos que dejó Los Crímenes de Grindelwald, dándole curso a aspectos no resueltos y otorgándole sentido a otros tantos, casi como si quisiera reivindicar lo que se hizo previamente y así taparle la boca a los fanáticos más tóxicos. Además, no deja de ser entretenida al mostrar muchos más escenarios y hasta devolviéndote a algunos conocidos, mientras Harry Gregson-Williams sigue dominando las melodías del reencuentro con este universo.
Animales Fantásticos: Los Secretos de Dumbledore hace lo que puede sabiendo que es el hijo del medio y que la familia aún no está completa. Es poco lo que quiere resolver porque falta camino por recorrer y entonces invoca las inevitables incógnitas: ¿Es ésta una nueva víctima del vil dinero? ¿Están alargando la narrativa solamente por la taquilla o realmente tienen un as bajo la manga? Al menos en la vereda de lo emotivo, sin duda, es la más lograda de las tres entregas que van y, punto a favor, nunca deja de ser un viaje divertido cuando en medio de todo hay un muggle como chancho en misa.