Cuando una ruptura interdimensional altera la realidad, Evelyn (Michelle Yeoh), una inmigrante china en Estados Unidos, se ve envuelta en una aventura salvaje en la que solo ella puede salvar todo lo que conoce. Perdida en los mundos infinitos del multiverso, esta heroína inesperada debe canalizar sus nuevos poderes para luchar contra extraños y desconcertantes peligros mientras el destino del mundo pende de un hilo en Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo.

¿La película de este año que no tiene la palabra Multiverso en su título, es mejor que la que se jactó sobre el concepto de las múltiples dimensiones en toda su parafernalia de marketing? La respuesta es SÍ -en mayúscula-, y probablemente se ha abierto un espacio de manera directa hacia los primeros lugares de lo mejor del 2022.

Curiosamente, aunque no pertenece a un universo cohesionado y funciona como una narración independiente y solitaria, posee implicancias más contundentes, sabrosas, memorables y sustanciosas que muchos de los grandes estrenos del último tiempo.

Su alcance, tanto filosófico como práctico para el cine, probablemente es materia del más grande orgullo para sus creadores y no debiera ser de otra forma.

¿Cómo es Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo?

Lo que tenemos aquí es un viaje introspectivo para analizar la toma de decisiones en la vida. Así, de golpe,  tan claro, ineludible y reflexivo como suena. Provoca tomarle el peso a la más mínima disyuntiva a la que el espectador se puede enfrentar y que abre nuevas puertas, cambia la naturaleza personal del individuo, modifica lo que pensamos, como vivimos, como creamos, como nos desenvolvemos, como nos relacionamos.

Todo a través de los ojos de una madre sometida por la agobiante rutina, la burocracia del sistema y un vínculo completamente fracturado con su familia, especialmente con su hija; a quien se le presenta la oportunidad de tomar conciencia de su alienación y corregir el camino que hasta ahora ha trazado producto de postergar una y otra vez sus propios intereses y convicciones, al poner como prioridad el sostener apariencias para satisfacer los anhelos de terceros. Una especie de Canción de Navidad, de Dickens, pero con un quiebre de realidades para desbloquear la aventura cinematográfica más descabellada del último tiempo.

Mientras Evelyn -una impecable y multifacética Yeoh- va tomando contacto con sus personalidades paralelas para convertirse en su mejor Yo, la película demuestra su potencial al presentar un montaje realmente increíble, que va a una velocidad meteórica entrelazando las múltiples versiones de la protagonista, a veces hasta en universos improbables, pero cada uno con una importancia vital para la resolución de la historia. La sucesión de imágenes y secuencias de acción no para, adquiriendo un ritmo vertiginoso en las casi dos horas y media que dura la entrega.

Por otro lado, el trabajo de diseño y vestuario demuestra un despliegue creativo de vasto estudio, con una alta valoración de la variedad cromática, sin temerle a ser más experimental o a abrazar la posibilidad de ser lo más descabellada posible -hay un universo en que Evelyn tiene dedos de salchicha y otro en que simplemente es una roca-, en algo que se pliega con la explosiva y delirante exploración del inconsciente de la protagonista. Todo, reduciendo al máximo el uso de CGI, para aplicar una amplia y saludable dosis de efectos prácticos para hacer aún más vibrante la historia.

Uno de los aspectos más llamativos de la película es su estructura y cómo comienza a fragmentarse una vez que va presentando los nuevos mundos en el multiverso, para posteriormente saltar entre uno y otro, indistintamente, ofreciendo su potencial en una tarea titánica en la que, sin llegar a ser confusa, logra trasmitir sobre todo las emociones que esconde dentro de toda su demencia narrativa.

Porque Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo más que ser una entretenida película de acción cómica y ciencia ficción, es una emotiva propuesta sobre entrar en contacto primero con las metas personales, para luego entenderse y apreciar a la familia que uno tiene, aceptando la inevitable existencia de marcadas diferencias entre sus integrantes, aquí especialmente en torno a la relación madre-hija. Siendo una absoluta locura, pero con mucho corazón.