La puntualidad británica falló apenas por siete minutos. Nada importaba para los 64mil espectadores que la noche de este martes se dieron cita en el Estadio Nacional, para presenciar cómo “la bestia” se desataba por segunda vez en su novena visita a Chile, tras presentarse en el Movistar Arena.

Iron Maiden una vez más hizo rugir a su música, como si no pasaran los años por los músicos que conforman la banda, con una vitalidad que muchos otros ya se quisieran para realizar shows de tamaña envergadura en dos noches consecutivas.

“Griten para mí, Chile” pidió Bruce Dickinson, en lo que ya es una frase-sello para conectarse con los presentes, sólo para confirmar lo que ya era evidente incluso antes de que el coliseo ñuñoíno quedara a oscuras a la espera de que todo partiera: la masiva asistencia de un público devoto que se reunió para rendir pleitesía a las figuras más emblemáticas del heavy metal mundial, con los niveles de entusiasmo al máximo, casi como si fuera la primera vez que los músicos bajan hasta este terruño al fin del mundo.

Desde niños pequeños, mujeres, escolares, perros, oficinistas y abuelos locales y también de Escocia, Alemania, España, Argentina, etc. Múltiples generaciones de diversas latitudes se dejaron conquistar por el cierre del “Legacy of The Beast Tour”, con la banda demostrando el efusivo aprecio que siente por un país que hace tres décadas les cerró las puertas -sí, porque nunca vamos a olvidar esa vergüenza-, pero que ahora los recibe como un ritual imperdible que agota entradas 10 meses antes del show.

“Todo el maldito mundo está aquí esta noche”, constató Dickinson, para luego recalcar cómo ya lo ha dicho incontables veces el reconocido guitarrista Tom Morello (RATM, Prophets of Rage): “dejamos la mejor audiencia en el mundo para el final”.

Y lo que ofreció el quinteto británico fue un espectáculo a la altura de quienes celebraban su presencia sobre el escenario. Un despliegue que juega a la teatralidad a gran escala, con enormes figuras como el avión Spitfire en “Aces High”, el soldado “Eddie” de casaquilla roja que Bruce combatió con espada en mano durante “The Trooper” o la gigantesca cabeza demoniaca que envió el show a su único y breve receso; todo con un telón de fondo cambiante que mostró las diversas encarnaciones que ha tenido el ícono de la banda conforme avanzaba la música.

Si le habías seguido la pista a la banda, sabías que el set no se modificó durante la travesía latinoamericana. 16 canciones con un recorrido que puso en evidencia la extensa trayectoria del grupo, desde muestras de sus primeros años como “The Number of the Beast” (1982), “Where Eagles Dare” (1983) y “2 Minutes to Midnight”, hasta la evidencia de éxitos ya del siglo XXI como “For The Greater good of God” o “The Wicker Man”. Entonces, la velada de este martes no tiene nada que envidiarle a las que ocurrieron en el resto del mundo. De hecho, probablemente el sentimiento sea al revés, por la energía que se vivió acá.

Una emotiva versión de “The Clansman”, las altas llamas en “Flight of Icarus” y el público iluminando el Nacional con las linternas de sus celulares sabiendo que “siempre anda algo por ahí” para “Fear of the Dark”. Todo suma y sigue, todo a 1.000 revoluciones por minuto, en una fuerza musical que no se detiene hasta quellega “Run to the Hills”, ese himno que concluyó la nueva odisea de Iron Maiden en Chile.

La cruzada además tiene características épicas: en esta oportunidad 80 mil personas vieron a la banda (arena + estadio), sumando una convocatoria histórica de más de 360 mil espectadores a lo largo de sus nueve visitas. Con ello, Steve Harris y compañía se convirtieron en la agrupación de mayor convocatoria en espectáculos en vivo en Chile. Sumen otro hito.