Si los vecinos de Santiago se incomodaron con el ensayo del lunes, de seguro se sumergieron en un delirio la noche de este miércoles, después de que esa fuerza de la naturaleza llamada Metallica desatara toda su furia ante una fiel fanaticada chilena que los esperaba desde hace más de dos años para reencontrarse con su héroes, en una velada que de seguro quedará grabada a fuego en sus memorias.
Desde la mañana se comenzaron a ver las filas de fieles investidos de poleras negras con la portada del disco de preferencia o del tour del recuerdo de los estadounidenses, decorando el entorno del Club Hípico. Olvidado ya estaba todo el drama que se suscitó hace dos semanas cuando el Instituto Nacional del Deporte decidió ponerle un manto de incertidumbre al show, al impedir el uso del Estadio Nacional. Este 27 de abril, la sexta visita de James Hetfield y compañía era un hecho y ya nada se podía hacer para contenerla.
Para las 19:00 horas, las filas se habían convertido en un peregrinaje que recorría prácticamente todo el perímetro del recinto y las ansias se elevaban, mientras más y más personas se agolpaban en los accesos buscando abrirse paso para conseguir una ubicación. Algo de caos hubo cuando la seguridad se vio superada por momentos.
La música sonaba alto con la banda nacional Yajaira, quienes pusieron sus energías en la apertura del espectáculo. Más tarde, a eso de las 19:40, Greta Van Fleet se abrió paso en el escenario para entregar un show que se fue extendiendo a pulso, inesperadamente incluso para los músicos, con el correr de los minutos.
“Esta es nuestra segunda vez en Chile, la anterior fue hace más de dos años. Y ahora este es nuestro primer show fuera de Estados Unidos en mucho tiempo, así que ufff…”, manifestó emocionado el vocalista Josh Kiszka, quedándose sin palabras.
Mientras el bajista Sam Kiszka “a pata pelá”y torso desnudo jugaba con los pedales sumido en un éxtasis que hacía caso omiso a los cincogrados de temperatura; el guitarrista Jake Kiszka descerrajaba un solo tras otro como si la puesta en escena estuviese diseñada para que él se luciera. Y así alcanzaron la marca de una hora y cuarto de show, aplaudido por asistentes que, aunque impacientes por el número principal, igualmente se plegaron con los teloneros.
Para entonces, mucha gente aún estaba afuera cuando apenas faltaban minutos en el horario original pactado para que Metallica apareciera en el escenario. El reloj seguía corriendo y las primeras señales de la inquietud por el atraso se comenzaron a manifestar media hora después con algunas pifias y unos cuantos “olé olé”. Pero todo quedó en el olvido cuando se apagaron las luces y sonó It’s a Long Way to the Top (If You Wanna Rock ‘n’ Roll), de AC/DC, a modo de prólogo para lo que vendría…
Metallica en Chile | ¿cómo fue el concierto?
Tras el emblema envasado de los australianos, las gigantescas pantallas del escenario mostraron al Tuco de Eli Wallach, en la escena de la llegada al cementerio de El Bueno, El Malo y El Feo, el clásico cinematográfico de Sergio Leone de 1966, con The Ectasy of Gold de Ennio Morricone sonando de fondo, como el ritual inicial del esperado concierto de los californianos.
A las 22:00 horas exactas partió el show, con 60 minutos de retraso, pero con Metallica de inmediato recurriendo a su disco debut Kill ‘em All (1983), para hacer una poderosa versión de Whiplash, que zanjó de inmediato el hecho de que tanta espera sí valió la pena.
Ride the Lightning mantuvo las cosas arriba, mientras The Memory Remains bajó un poco el ritmo, pero no así el poderoso sonido con que el cuarteto puso sus cartas sobre la mesa. “Están listos”, increpó Hetfield a los presentes. 63 mil almas le respondieron de manera afirmativa al unísono.
Y es que el mismo vocalista luego constató algo que era evidente para todos: “Ha pasado demasiado tiempo”. Demasiado tiempo sin que los músicos se encontraran con sus fanáticos desde la última vez en 2017, cuando cerraron Lollapalooza Chile; demasiado tiempo sin música en vivo a tablero vuelto.
Para exorcizar esas amarguras, otra del 83: Seek & Destroy. Y luego, Through the Never, One y Sad But True, con despliegue de pirotecnia y Lars Ulrich siempre inquieto exigiéndole más y más a su batería.
“40 años han pasado y aún están aquí. Una familia leal”, dijo Hetfield más tarde, antes de despuntar “una canción sobre adicciones, sobre la adicción a la fama” e invocar el disco Hardwire… To self-destruct (2016), que justifica la actual gira mundial de la banda, con Moth Into Flame en los amplificadores.
Luego, las notas características de The Unforgiven en guitarra acústica hicieron que un ebrio en Cancha Vip apurara en su garganta el último trago de whisky que le quedaba enla petaca que había logrado colar, para sumergirseen un trance en el que intentó balbucear la letra del clásico que lo mantenía poseído. Posteriormente, For Whom the Bell Tolls trajo el imaginario de la catástrofe bélica, tan recurrente en la obra de la banda, hastalas pantallas.
Creeping Death, No Leaf Clover y Master of Puppets aceleraron nuevamente las cosas, detonando un mosh pit gigantesco entre el público, mientras una bengala tiñó de rojo a los asistentes, coqueteando con la propuesta cromática de la tarima en medio del Club Hípico. En tanto, en la lejanía, otros fanáticos miraban desde los balcones de los edificios aledaños como el show se preparaba para el bis. También había personas sobre los containers que rodeaban el escenario y otros que escalaron sobre los camiones de la producción; nadie se quería perder el remate del espectáculo.
“No estamos todos, faltan los presos”, se coreó en un momento desde el público. Para luego recibir Spit Out The Bone y una emotiva Nothing Else Matters, con Kirk Hammett abriendo en solitario los últimos vestigios de la noche.
¿El broche de oro? Enter Sadman, la quinta canción de Metallica (o Álbum Negro, 1991) que apareció en un setlist de 16 temas que dieron vida a dos horas de concierto selladas con llamas y fuegos artificiales. La banda había cumplido.
La salida del show fue caótica. A más de un fanático le tomó casi una hora salir del recinto. Ni en el mejor episodio de The Walking Dead se vio una horda tan multitudinaria y compacta abriéndose paso. La peor pesadilla para alguien que sufre de ataques de pánico.
Mientras algunos más desesperados se decidieron a botar rejas y a avanzar surfeando las pistas de carreras de caballos. Múltiples personas vieron succionados sus calzados por el barro que heredó la lluvia del día anterior y después tuvieron que buscar a tientas para recuperarlos. También hubo quienes terminaron derechamente en el suelo, en una batalla perdida contra el inestable terreno.
Igualmente, saldo positivo más que negativo. Era esto o nada. Las mismas palabras de Lars Ulrich lo evidenciaron, cuando dijo “gracias por mantenerse junto a Metallica por dos largos años, ¡por dos locos años! Metallica los ama Santiago, Metallica los ama Chile”.
Y la postal de cierre: un “Chi-Chi-Chi Le-Le-Le ¡Viva Chile!”, a viva voz de Robert Trujillo.