"Mank" viene a proponer una reevaluación de Hollywood en los años treinta a través de la mordaz perspectiva de Herman J. Mankiewicz, guionista, crítico social y alcohólico, mientras se apresura para terminar el guión de "El Ciudadano Kane" para Orson Welles.

David Fincher arremete nuevamente en Netflix para pagarle una deuda a su propia obsesión, con una historia que viene amasando hace más de 30 años y que la dejó escrita su propio padre. Así que su osadía tiene tanto de tributo a la obra cumbre de la historia del cine, como la intención de rendir pleitesía al legado que le dejó Jack Fincher, voz mentora en las andanzas del director antes de convertirse en la figura que conocemos hoy.

Esto es personal. Pero cuando todo apuntaría a que el interés podría estar centrado en su par Orson Welles, Fincher da un viraje al invisibilizado, a la fuente de inspiración y una de las fuerzas creativas primordiales que colaboraron para dar vida a la película de 1941: Mankiewicsz, guionista que en medio de una lucha por ganar reconocimiento y trabajo en la época dorada de Hollywood, también era odiado por los estudios y se sumía en un alcoholismo que lo diezmó hasta su muerte, no sin antes concebir el texto que se convertiría en la película imborrable de la historia del cine.

Pero Fincher no idolatra a Mankiewicsz, lo deconstruye, lo disecciona jugando con los mismos artilugios de esa clásica entrega que hoy lo sigue inspirando: flashbacks junto con blanco y negro, sin vergüenza alguna de evidenciarlo con letras de máquina de escribir en la pantalla; además le entrega un tono fuertemente comprometido para esbozar las complejidades de una industria cinematográfica en que los límites del poder incluso se desdibujan al punto de intervenir en el devenir de la política local.

Entonces, Fincher no tiene aquí a un hombre héroe sino más bien un despojo de humanidad que reflexiona sobre lo que lo rodea, particularmente sobre una figura sustentada en el amarillismo de los medios como William Randolph Hearst, cuya vida inspiró a Mank para crear a Charlie Foster Kane.

Y el exhaustivo examen lo hace ebrio; lo hace con tono desafiante pero solapado en sarcasmos, para que no suene tan duro, más simpaticón; lo hace detrás de una estela de humo de cigarro que ya se huele fuera de pantalla, para evidenciar que el protagonista es más lúcido cuando abraza con mayor fuerza su decadencia, incluso cuando le queda un tufillo de valentía para luchar por un crédito que Welles fieramente le quería arrebatar.

El Mank de Gary Oldman es tan repulsivo y patético como encantador. Como espectador cabe preguntarse ¿por qué lo aguantamos? Sus mismos cercanos en la historia se lo preguntan. La respuesta está en que el actor logra una actuación magnética, va de la soberbia a la humildad, de la desvergüenza al pudor, lo vemos en blanco y negro pero Oldman le otorga todos los colores. Eso es innegable.

Con tamaño desempeño a su servicio, Fincher hace todo por escarbar en el Hollywood de los 30's, para desentrañar la oscuridad de un poder siniestro, con nula empatía, sobrecargado, ostentoso y fascista, que alberga esa fachada dorada. Con ello, el eco discursivo que la película lanza en su línea argumental más política tiene inevitable resonancia con la realidad actual, por las fake news, por la lucha mediática de egos, por cómo a los de arriba nunca les han importado los de abajo y les siguen pegando.

Pero la carga no puede ser tan pesada todo está almidonado con melodías al más puro estilo de las big bands, con Trent Reznor y Atticus Ross demostrando su virtuosismo a través de instrumentos de la época en una tecla distinta a la que los habíamos escuchado antes y que conspira con la época retratada.

Porque puede que estemos viendo el lado menos glamoroso de Hollywood pero esto siempre es fiesta; puede que haya un situación social precaria en las calles y el mundo se encamine a una guerra, pero en las mansiones de los ejecutivos siempre habrá suntuosas comidas y bien regadas por lo demás.

"Mank" saca a relucir todas las cartas y te entrega lo mejor y lo peor en un solo paquete monocromático, en el que si bien logramos percibir que está registrada con recursos de ahora, con su imagen y sonido igualmente te hace viajar a esa época que ahora parece tan lejana.

 

¿Se disfruta más si has repasado Ciudadano Kane? Sin duda, tener frescas las ideas de grandilocuencia, autoridad y soledad que exploraba la película del ‘41, te ayudan a digerir mucho mejor las fuentes que Mank tuvo para inspirarse. Pero si no la has visto se entiende igual.

En tiempos frenéticos de internet y streamings el mejor resultado que podemos obtener de la película que nos convoca es provocar un renovado interés por visitar la obra de Welles, para a su vez entender muchas de las cosas que vemos hoy en día en el cine.

Esto ya es una tradición: Netflix brilla en lo alto cuando abraza proyectos que brotan del núcleo mismo de la pasión personal de los cineastas. Lo vimos el año pasado con "The Irishman", de Scorsese, y el 2018 con la monumental "Roma", de Cuarón.

Ahora fue el turno de David Fincher, quien con "Mank" redacta no tanto una carta de amor al cine sino más bien una declaración de principios garabateada en un papel arrugado, tal como lo hace en su momento Charles Foster Kane; aunque a diferencia del magnate cinematográfico, el director no termina traicionando sus propios postulados sino que reafirma las convicciones.