Cuando la locura se apodera del mundo, el retorno de un reconocido villano es una cachetada no sólo al cine superhéroes sino que al cine comercial en general. “Joker” opera tan en los márgenes del género emanado de las viñetas, que coquetea con el drama intenso, el thriller y hasta la comedia, desde una veta oscurísima, quemando los cartuchos necesarios para proponer más que el simple perfil sobre un delincuente.
Con evidentes reminiscencias al cine de Scorsese, lo de Todd Philips es todo un estudio de personaje que construye en forma, paciencia, dimensiones y dedicación a un ente que sin saberlo está quebrado por sus propias experiencias, al punto de que lo llevan a desatarse como una fuerza infame y desesperada.
No hay grandes secuencias de acción, tampoco pirotecnia a raudales; sí mucha psicología, revelaciones caóticas y tensión. Son estos últimos elementos los que sostienen la impecable transformación de Joaquin Phoenix, para adentrarse en el descenso hacia la demencia del mayor oponente de Batman, quien lejos de ser un cúmulo puro de maldad, es más bien una construcción social dañada desde sus cimientos y, ya de adulto, se encuentra sumido en una atmósfera inhóspita, rodeada de podredumbre y súper ratas, que sólo busca marginarlo, invisibilizarlo en la rutina diaria y prácticamente desecharlo, como un mero objeto de burlas.
Maltratado por una sociedad cuya vida se desgasta en altas cargas de consumismo, excesos, pornografía, corrupción y nula empatía, “Arthur Fleck” es sometido a una convivencia virulenta en la que los ricos y poderosos buscan aferrarse a lo que sea para impulsar sus carreras y los medios son como chupasangres hambrientos trasla víctima de turno para ser blanco de sus colmillos sensacionalistas.
Las películas DC te patean para bien o para mal, inevitablemente te provocan, y esta entrega ciertamente te remece. Eso es lo más importante aquí, porque puede que te guste o no esta nueva iteración del “Guasón”, pero es imposible quedar indiferente ante una historia que, incluso cuando copia, funciona. Es tan bella como terrible y tan crítica de lo que somos como también un llamado aullante para abrazar y mejorar lo que tenemos.