Un gesto tan sencillo como cotidiano como lavarse las manos cobra un valor incalculable al ser una de las soluciones más eficaces para evitar el contagio del coronavirus, o Covid-19.

Y es que el primero que demostró que esta medida combatía el contagio de enfermedades fue un médico, Ignaz Semmelweis, y que en su época, a sus 30 años, puso en jaque a todo el sistema de salud de Austria. 

Ignaz Philipp Semmelweis nació en 1818 en Buda, que hoy es Budapest, estudió Derecho pero tras presenciar una autopsia decidió estudiar Medicina, para recibirse de Obstetricia en 1846. Desde ahí, se propuso estudiar para dar solución a un problema grave de salud en la época, pero normalizado: la fiebre puerperal, una enfermedad que afectaba a las mujeres en el parto, y que llegaban a 700 muertes al año.

Ignaz Semmelweis o cómo evitar contagios lavándose las manos. (Foto: Enciclopedia Británica)

Semmelweis fue nombrado en 1846 como ayudante del director y jefe de Residentes de la Clínica de Maternidad del Hospital General de Viena. Ahí, se dio cuenta de las teorías que se manejaban en la época para la fiebre puerperal: contaminación del aire en los hospitales, al frío, la humedad, hacinamiento en las salas de maternidad e incluso a la ansiedad de las futuras madres.

Las mujeres que padecían de la fiebre puerperal sufrían de escalofríos, dolores de cabeza, fiebre, enrojecimiento de los ojos, convulsiones y delirios que derivaban en la muerte en solo cuestión de días. 

El mérito de Ignaz Semmelweis fue darse cuenta de varios detalles. El primero, un director anterior del hospital cambió algunas costumbres médicas: los estudiantes de obstetricia dejaron de aprender anatomía usando muñecos, y pasaron a la disección y estudio con cadáveres. Luego, pasaban a las salas con las mujeres en proceso de parto sin lavarse las manos. Al mismo tiempo, las matronas que trabajaban en otra sala del hospital no tenían contacto con estudios forenses, y no había presencia de la enfermedad.

Con estos antecedentes, Semmelweis decidió que los estudiantes antes de pasar de la sala de anatomía a las de futuras madres, tenían que lavarse las manos. Una medida que no gustó en sus colegas y directivos, que terminó con la destitución del galeno en octubre de ese 1846.

Un año más tarde, Ignaz Semmelweis vivió de cerca la muerte de un profesor amigo, con los mismos síntomas de la fiebre puerperal, tras un corte accidental en una autopsia. Era la evidencia que le faltaba para corroborar su tesis. 

"Los dedos y manos de los estudiantes y doctores, sucios por las disecciones recientes, portan venenos mortales de los cadáveres a los órganos genitales de las parturientas”

Como premio a su constancia, Semmelweis volvió al hospital y aplicó la medida que constaba de tres palabras: lavarse las manos. Con una solución de cloruro, ordenó a los estudiantes que tomaran la medida antes de pasar a la atención de pacientes. Así, el número de fallecidas se desplomó. 

Pese a las crifras, sus colegas y alumnos rechazaron su teoría al no estar basada en exploraciones científicas, por lo que es despedido en 1849, herido en su orgullo. De ahí en más, Ignaz Semmelweis dio clases en una universidad y atendió una consulta privada.

En 1861 publicó un libro donde expuso sus teorías, pero cayó en una profunda depresión. Terminó internado en un manicomio luego de andar por la calle con aspecto poco cuidado y gritando a viva voz. Su esposa lo llevó engañado y fue internado de manera irregular: tres médicos, ninguno psiquiatra, le pusieron una camisa de fuerza y lo encerraron. 

Murió el 13 de agosto de 1865, a los 47 años, sin obituarios ni reconocimiento a sus logros. La teoría más aceptada de su fallecimiento es que en un arranque de locura se cortó a si mismo y la herida le produjo la fiebre que investigó toda su vida. Otros, dicen que la herida fue accidental. 

La estatua en honor al médico Ignaz Semmelwis

Hoy, eso sí, tiene el reconocimiento que merece, con una estatua tanto en Viena como en el Hospital de Budapest, donde se lo reconoce como "el salvador de las madres". Su investigación fue la puerta abierta a la antisepsia sanitaria, que fue trasladada a la cirugía por Joseph Lister, y que remató Louis Pasteur años más tarde.