Aquí la historia de Elvis (Austin Butler), se narrará a través de Parker (Tom Hanks), adentrándose en la compleja dinámica entre ambos a lo largo de más de 20 años, desde el ascenso a la fama de Presley hasta su estrellato sin precedentes, con el telón de fondo de la evolución del panorama cultural y la pérdida de la inocencia en Estados Unidos.En el centro de ese viaje está una de las personas más significativas e influyentes en la vida de Elvis, Priscilla Presley (Olivia DeJonge).
La infaltable biopic musical del año llegó de la estrambótica, ecléctica y rimbombante forma en que se merece la figura retratada.
Sobre Elvis Presley se han hecho miles de producciones, algunas más acertadas que otras, pero lo que ahora presenta Baz Luhrmann más que ser una mirada objetiva acerca de la vida de El Rey es una mirada libre, acaso libertina, hacia el más absoluto delirio que evoca el artista.
¿Como es la película de Elvis?
Verlo de niño en medio de un ritual gospel, conjugado con la admiración por el blues más prístino, desgarrador, sensual e imperfecto, en combinación con la idealizada visión sobre su despunte como showman, establece enseguida las bases de una película que no teme a caer en excesos.
Excesos. La palabra define la mismísima naturaleza de Elvis en todo sentido. No solo por la adicción a las pastillas que lo llevó a su poco noble final, sino que también por su anhelo de ser cada vez más grande y reconocido, por querer imponerse ante quienes querían restringirlo, por desatar a las masas, por ser víctima de la más vil de las traiciones, finalmente, por ser él.
Una cámara inquieta se pasea por los rincones de su infancia en la pobreza, el repentino y explosivo giro en su carrera, la nefasta conducción de la misma por su manager, el coronel Tom Parker, y hasta por una vida íntima que intriga tanto como la gestación su potencial musical.
Las pulsaciones desorbitantes en la narrativa visual son el sello inequívoco que le impone un director que se mueve entre melodías que remecen los tímpanos tanto como la opulencia de sus protagonistas estremece los ojos del espectador. Luhrmann es tan fino para algunos detalles, como chabacano para otros momentos; lo cierto es que el combinado le funciona hasta en las cursilerías, en los maquillajes sobrecargados y en el montaje vertiginoso que construye, tanto en el sonido como en las imágenes. No sería raro ver a la película como favorita para las categorías técnicas en la próxima temporada de premiaciones.
Y así como propone un zoom a la historia del artista, también busca hacer un retrato de una sociedad norteamericana toda pudorosa y conservadora en la superficie, pero corrupta, escandalosa y brutal en el tras bambalinas. Con ello habla sobre la represión de la cultura, el racismo, la radicalización de las convicciones que orientan el poder y hasta de la cultura de la cancelación, muy antes de que se le conociera como un movimiento propiamente tal de los tiempos modernos de internet y redes sociales.
Es un trabajo de análisis no sólo sobre el ídolo, sino que también sobre contextos y conceptos que aparentemente son del pasado, pero que parecen peligrosamente vinculados con el caótico presente.
Eso mientras un sólido Austin Butler se pavonea sobre el escenario de la adoración máxima a través de las distintas etapas de Elvis; aunque siempre a la sombra de un Tom Hanks nada menos que esplendido como el mejor de los más peores villanos en la cinematografía de este año, una figura escurridiza, mañosa y artera, aborrecible y graciosa en sus absurdos y descaros.
Elvis tiene todos los ingredientes para reflejar a un artista que no le hizo asco a la fama, el espectáculo y la controversia, disfrutando de cada una de esas partes. Es grosera, grotesca, coqueta, candente, visualmente atractiva, espeluznante de lo delirante; un producto de entretenimiento en el más amplio rango de lo que eso significa, de lo intelectual a lo faranduleroy, lo mejor de todo, no tiene vergüenza de que así sea.