Frank Sheeran, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, se abrirá paso construyendo una carrera en torno a la mafia y el crimen organizado, al punto incluso de verse involucrado en la desaparición del recordado dirigente sindical James Riddle “Jimmy” Hoffa.

Es la ambición, prácticamente, la necesidad de poder, la que sostiene todos los flancos de “The Irishman”, la más reciente e impresionante obra de Martin Scorsese. Una colaboración con Netflix que devuelve al director a su zona de confort y se nota en la pasión, el detalle y el relajo con que maneja una narración de amplia panorámica histórica, a veces fragmentada otras veces cronológica, pero siempre cargada por las complejidades de una sociedad cuyos individuos operan entre los grises del bien y el mal.

No es sólo una película de gángsters reptando en los rincones de un inframundo y menos una alegoría de los delitos; Scorsese pinta todo un retrato de pactos criminales y cómo están intrínsecamente ligados a las esferas de poder que rigen países, abarcando todos sus niveles, de lo público a lo privado, con sus perversas implicancias.

En el proceso, el cineasta saca el polvo bajo la alfombra, destapa sesos a destajo y conspira para inquietar al espectador. Se da el gusto de jugar visualmente con clase ante la violencia inmanente e irremediablemente condenatoria de sus protagonistas, tanto fuera como dentro de cuadro. Con ello se pasea con naturalidad por los pasajes que recorre y se acerca velozmente a sus objetivos, cuando la acción es determinante para definir a sus personajes. Puede que sea una historia ambientada en otra época, pero por cómo funciona la Justicia y, en contraparte, la impunidad en estos días, todo lo que admiramos en pantalla parece terroríficamente vigente.

Porque las tres horas y media de película cuentan con una incansable sensación realista que alcanza su máxima expresión cuando Robert de Niro, Joe Pesci y Al Pacino están en pantalla, en un tira y afloja de acuerdos, conspiraciones y lealtades puestas a prueba. Sus interpretaciones son tan poderosas que resulta majestuoso verlos interactuar, tanto cuando ponen sobre la mesa una amenaza definitiva, dejando que un silencio y sus miradas transmitan todo o, incluso,al momento burlarseen situaciones de diálogos sustentados por sarcasmos.

En un año en que no ha estado ajeno a polémicas faranduleras de declaraciones cruzadas sobre la mismísima esencia del cine, Martin Scorsese va y nos pega un mazazo con “El Irlandés”, ya no como una declaración de principios, sino como la evidencia fehaciente de un legado de aportes extremadamente valiosos al séptimo arte.