Carroll Shelby, un piloto de carreras devenido en vendedor de autos, y Ken Miles, conductor activo y también mecánico, son reclutados por Ford para crear un vehículo tan veloz que ridiculice a Ferrari y triunfe en la icónica competencia de Le Mans 1966.
Desde la primera escena sabes cómo se planteará el resto de “Ford vFerrari”: un delicado balance entre el drama familiar y atractivas escenas de acción, que James Mangold fusiona sacándole el mayor provecho al carismático desempeño de Matt Damon y Christian Bale.
No es que sea la película predecible, sino que es sincera al ofrecerdirectamente, justo a la entrada de la pista, las sensaciones con las que te mantiene expectante durante dos horas y media. Humor, honor, desafíos para cumplir sueños y el impacto de las decisiones de los involucrados en sus vidas, van armando una narrativa que nunca deja de ser atractiva.
Olvídense de Rápido y Furioso, aquí estamos en otro plano, el de la pasión pura gracias a la adicción que provoca la velocidad. Mangold casi siempre pone la cámara al nivel del suelo, en frente y detrás de los autos, para que como espectador confrontes o persigas a los protagonistas, tratando de alcanzarlos en el caos de la competencia. La película siempre te va ganando, mientras las hazañas se van cumpliendo, y te pliegas con la agitación de lo que se está viviendo.
La experiencia es tan emocionante que cuando llegas a tu auto, lo único que quieres es arrancar a cualquier parte a toda máquina, pero sabes que tu cacharro nunca te permitirá alcanzar esas 7.000 rpm por segundo, así que debes conformarte con la alegría de haber visto una gran película, que no se rinde en ningún momento ante la tarea de transmitir las ganas de romper objetivos, el anhelo incansable de crear algo diferente e, incluso, la frustración de ver las metas coartadas por la ambición insensata de quienes sólo les importa el marketing.
El asunto es que, a pesar de todo lo esperanzadora que resulta ser la propuesta, la maldad siempre está reflejada en cómo a la gestión corporativa lo único que le interesa es el producto, jamás las personas que lo construyen, y esa despiadada frialdad es la que nos mantiene en crisis como sociedad, anclando la película inevitablemente a la realidad actual.
Desde “Rush” (2013), de Ron Howard, que no se veía una película tan atractiva con los autos y pistas como foco de atención, y a “Contra Lo Imposible” no le falta combustible para lucirse en todos sus frentes, cumpliendo con un espectáculo que se recomienda ver en la pantalla más grande y con el mejor sonido que esté a la mano.