Lo que iba a ser una protesta pacífica durante la Convención Nacional Demócrata de 1968 se convirtió en una violenta batalla campal con la Policía y la Guardia Nacional. Los organizadores de la protesta fueron acusados de conspiración para incitar una revuelta, y el juicio posterior fue uno de los más notorios de la historia de Estados Unidos.
Aaron Sorkin parte su segundo esfuerzo en la dirección con el pie en el acelerador para presentar a los protagonistas de este drama judicial. Una combinación de diálogos van perfilando lo que son, no sólo las identidades de los involucrados, sino que también las personalidades;la impronta con que llegarán a enfrentar el corazón de este drama judicial.
Y luego pone paños fríos para pasar directamente al juicio. Entonces, se va construyendo la realidad del episodio que los pone en conflicto: ¿qué pasó en esa manifestación contra la Guerra de Vietnam que acabó en descarnada lucha?
Este proyecto se comenzó a trabajar en 2007; ni aunque Sorkin lo hubiese planeado, habría dado con un contexto tan preciso para estrenar esta obra. Este es el momento en que “El Juicio de los 7 de Chicago” tenía que llegar: justamente cuando las instituciones están siendo laceradas con mordaces cuestionamientos de los ciudadanos y la vida política se ha vuelto turbulenta por un despertar social que ha emanado para poner bajo escrutinio la navegación del poder y, en consecuencia, de los países.
Súmenle la pandemia como un evento causante de una fatiga en la humanidad que nos ha llevado a autocuestionar nuestra mismísima existencia y convivencia, para revisar una película que inevitablemente está ataviada a la realidad, a pesar de que retrata un episodio histórico que dista en el tiempo. Porque, claro, las cosas no han cambiado mucho. Las injusticias sociales siguen tan presentes como a fines de los sesentas. Han mutado sus formas, sus detonantes, pero el núcleo de su espíritu continúa en el ambiente.
El impacto de la película es total y su contingencia imposible de ignorar, cuando los hechos retratados vuelven una y otra vez sobre la inevitable inquietud de una sociedad maltratada ya sea por por un conflicto bélico o por una crisis sanitaria, por la ambición desmedida de quienes ostentan el poder o por la inequidad avasalladora de un ambiente viciado con promesas de días mejores que nunca llegaron.
Sorkin maneja el relato con un entusiasmo trepidante que, aunque aún le falta pulir en su dirección, con su guión te remece por su examen a esa delgada línea entre un respeto a las instituciones que se diluye por prácticas indebidas y la explosión de manifestaciones que sólo buscan el desahogo de los oprimidos.
Entonces, lo que podría ser un monótono escenario sobre el desarrollo de un juicio, se vuelve una especie de aventura para descubrir discursos y responsabilidades, que se cuenta en múltiples tiempos, saltando de un momento a otro para revelar los sucesos, con dinámica narrativa y ferviente entusiasmo para presentar los hechos. Con golpes bajos de una Justicia que es más bien un títere al servicio de los poderosos, pero también con humor sarcástico y comprometido que sirve como denuncia de tretas oscuras que buscan condenar a estos imputados.
Tensión y distensión te llevan de la corte al parque de las manifestaciones, a una sesión de stand up comedy y luego a un refugio hippie; en medio de diálogos precisos que funcionan incluso a pesar de que parecen perfectamente pulidos para sentirse frases para el bronce, pero que gracias al talento desplegado por el elenco terminan sonando lo suficientemente naturales en voz de las partes involucradas.
Es ahí donde está la gran clave: las actuaciones. Sacha Baron Cohen, Jeremy Strong, Eddie Redmayne, Yahya Abdul Mateen II, Joseph Gordon-Levitt y Mark Rylance están completamente comprometidos con sus personajes. Desde los hippies cuyo recurso es el humor y la libertad de expresión como piedra angular para la defensa de una revolución cultural, pasando por el político que inevitablemente busca defender las instituciones para reafirmar la democracia y un líder de los Panteras Negras víctima de todo el peso de la discriminación racial, hasta los abogados que con sus convicciones rampantes en sus pensamientos buscan cumplir con sus objetivos de la mejor manera posible.
Todos, incluso la Fiscalía, están constantemente luchando una batalla que parece perdida -cualquiera sea el resultado-, ante una Justicia que está profundamente afectada por una infecciosa corrupción que no es exclusiva de unas pocas autoridades sino más bien de un sistema fallido y dictatorial que se revuelca en los abusos de poder y una moral paternalista que busca imponer cómo deben ser las conductas sociales. Frank Langella está para aplausos como el rostro visible que canaliza toda esa podredumbre.
Grises sobre grisesen una historia con atrapante desarrollo. “The Trial of the 7 of Chicago” es tremendamente interesante de ver, por cómo fluye su narrativa, cómo golpea a sus personajes, por cómo habla del presente remitiéndose al pasado. Porque todo el mundo está viendo, esto está pasando. Es el Black Lives Matter enfrentándose a un Estados Unidos de Trump, son los Chalecos Amarillos en Francia, es la Revuelta Social en Chile. Aaron Sorkin habla de sentimientos e ideales transversales y, por lo mismo, su nuevo crédito es completamente efectivo.